En primer lugar, el psicoanálisis propuso la consideración del deseo, por sobre "lo natural". Este fue un giro subversivo vigente que afirma y admite el papel fundamental de los cuidados de la crianza, los cuales no están determinados por la biología ni por los lugares predeterminados por la tradición. Madre ya no es aquella que parió un niño, ni padre el genitor que embaraza a la mujer. Embarazo y parto no implican maternidad, tanto como el acto de fecundación en un varón no define paternidad. La relación entre los constituyentes de una pareja no está determinada ahora tanto por factores usuales (como el matrimonio, la convivencia, o el tener un hijo con alguien); así como las relaciones de los hijos con la "madre" y con el "padre" son un proceso de construcción simbólica, de identificaciones imaginarias y de reconocimientos de goces, paso producido en el vínculo generado durante los cuidados de la crianza.
Para los descendientes se constituye el llamado Complejo de Edipo, tiempo de ordenamiento de los goces, las identificaciones y las normatividades, en función de las pautas de los progenitores y la organización familiar, en tanto agrupamiento social fundado en relaciones de alianza, deseo y goce, en un momento y contexto histórico determinado.
Pero el psicoanálisis de orientación lacaniana no se quedó allí. Después de argumentar el estructuralismo de la función paterna, empezó a reconocer otras dimensiones participantes en la estructura, que pasan a ser fundacionales en la vida psíquica. Las identificaciones, influidas por los actos, las inhibiciones, los semblantes y las potencias de los otros que son familiares, toman su lugar equivalente e influyente en la estructuración de la dimensión imaginara. Y los goces, empezando por el goce del objeto de la pulsión parcial, los sentidos, las certezas, inscriben al ser de goce en su particularidad respecto a los demás participantes de una comunidad familiar.
La representación producida, sostenida y transmitida de la parentalidad no es una construcción inmutable sino que varía según las prácticas de producción de sentido y las formas de goce en cada época y cultura.
A la rehechura del sistema simbólico como función, influida por la declinación del Padre de la tradición, le sucede necesariamente la omnipotencia de goces no interdictos, representados en el lenguaje psicoanalítico como el goce femenino, antes llamado Demanda Materna. Pero no solo éste. También hay nuevas e infinitas modalidades de identificación que reclaman su lugar y reconocimiento, por ejemplo en los géneros sexuales, y nuevas e intensas formas de relación con el objeto de la pulsión parcial. Todo ello acompañado por la invención de formas inéditas de relación con significantes que comandan al parlêtre, lo que conduce a lo que conocemos como pluralización de los sistemas simbólicos, o de los Nombres-del-Padre.
Las transformaciones y renovación de las configuraciones familiares, han sido propiciadas en las últimas décadas por la subversión en las técnicas reproductivas innovadoras, por los cambios sociales, (laborales, técnicos, políticos), por los nuevos valores y creencias sobre los goces ahora posibles, por el discurso del mercado, la incertidumbre y falta de garantías que empujan a un vivir más inmediato, con menos sustento en la tradición y en los modelos familiares tradicionales. Los medios digitales se prestan para la constitución de un Otro más virtual, global y accesible, no prohibitivo y diverso, que el Otro de la tradición. Ahora la convivencia de pluralidades de goces da forma a agrupamientos familiares que no responden a un modelo único que estaba basado en el concepto ordenado por la autoridad sagrada del padre y la incondicionalidad de la madre, que clasificaba las relaciones y los vínculos entre hombres, mujeres y su descendencia. El producto de todo ello son las neoparentalidades, representaciones vinculares familiares diferentes a las tradicionales.
Estos cambios perturban y ponen en jaque el sistema de creencias relativas a la organización del parentesco sedimentado durante siglos, generando polarizaciones conceptuales y legales que ocupan los diarios y noticieros, sobre situaciones singulares "extrañas" cada vez más frecuentes y, sobre las que hay que legislar. En estas discusiones se escuchan frecuentes argumentos que postulan supuestos universales fundados en estructuralismos de diverso cuño, ya sean biologicistas, antropológicos e incluso psicoanalíticos, que entorpecen la compresión de las singularidades.
Aquí es crucial la posición del analista, poder ir más allá de dichos estructuralismos, guiándose por las dimensiones "borromeicas" del parlêtre.
Los vínculos de pareja y de filiación se constituyen según la situación en el interior de este sistema, de acuerdo a operatorias dinámicas que resultarán decisivas en las características de consistencia, existencia y agujero, de las tres dimensiones en las que habita el ser hablante.
Considerar las condiciones que se requieren en lo singular para ejercer las funciones y roles en la estructura psíquica de cada parlêtre, sin estar determinados por el género ni por su posición en el sistema de parentesco, pone en cuestión los supuestos que traemos insertos en nuestra formación y nos lleva a interrogarnos sobre las condiciones que un sujeto y un parlêtre, reconocen en quienes llaman o reconocen como "sus padres" o "sus hermanos", incluso "sus hijos". Es decir, cómo a posteriori un sujeto puede dar cuenta cómo, para él/ella, hubo padre y/ o madre, hijo/ hija, hermano/hermana.
Subtemas a trabajar…